CRÓNICAS DE BICICLETAS-CIUDADES PARA LAS PERSONAS
- Pedro Núñez González
- 2 ago 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 6 ago 2020
Jorge Humberto Flores Romero.-
Una mañana fresca de domingo en la Loma de Santa María, con una brisa ligera y una suave llovizna hace que el pedaleo cotidiano por las calles del antiguo retajo, en compañía de mi hija, se convierta en una gran experiencia y un disfrute para cada sentido. Al pasar por las madererías el característico olor a pino te transporta al bosque de Ichaqueo, a pesar del riesgo que implica el compartir carril con el tráfico vehicular, los camiones pesados y el transporte público la experiencia es muy agradable. Desde la bicicleta puedes ver las tortillerías tradicionales abiertas desde muy temprano, las pequeñas tiendas locales preparándose para abrir, escuelas cerradas temporalmente por el covid, una pareja de monjas caminando esquivando vehículos estacionados en las escasas banquetas disponibles. Este singular estilo de vida en Lomas de Vista Bella, es fiel reflejo de la mezcla de tejido social de diversos estratos y se encuentra estrechamente vinculada a sus particulares procesos urbanos de transformación, la construcción de una fábrica urbana más diversa, plural y democrática. En sus orígenes fue un asentamiento alejado de la ciudad de Morelia y estrechamente conectado con la resistente comunidad de la tenencia de Santa María de Guido, pero que ahora, gradualmente ha hibridado la vida rural con la vida urbana a través de nuevas colonias, fraccionamientos y desarrollos de viviendas de interés social a lo largo de la Loma. Conectándose con trozos de ciudad, desarrollos habitacionales cada vez más alejados que han surgido rumbo al camino a Atécuaro, procesos urbanos de ciudad extendida que anteponen las variables económicas, en decremento de la calidad de vida de sus habitantes, esa es la manera en que se planean nuestras ciudades.
Al ir descendiendo de la Loma, se acentúa la pendiente de la calle y gradualmente la bicicleta se desplaza más rápidamente, el cuerpo responde al mover su centro de gravedad y cambiar la posición de pedaleo, me vienen a la mente flashbacks de un duro pavimento en una caída previa, al rebotar la bicicleta en una grieta junto a una tapa de drenaje en la calle, me hacen moverme con más cuidado en esa parte, y evidencian la importancia de la micro-topografía, esas pequeñas grietas, juntas del pavimento o escalones que nos hacen perder fácilmente el control de la bicicleta, algo que hay que tener en cuenta al diseñar ciclovías compartidas con autos, y que normalmente se olvida. El brom incesante de autos y camiones que pasan rápidamente por el libramiento y el fuerte olor a smog, me aparta de las reflexiones de escala en las grietas del pavimento, encontrándome de repente en un umbral oscuro y húmedo, una sensación de inseguridad e incertidumbre me invade, acompañado por el fuerte olor a orines y excremento, desmonto y cargo la bicicleta para descender por unos escalones irregulares y rotos, las aguas negras brotan por las alcantarillas mojando mis desgastados zapatos —apodados “los Frankenstein”—. Siento la humedad que producen las filtraciones en los muros de piedra que escurren al pavimento, la lluvia de la madrugada fluye y riega la basura de la calle que se amontona junto a la cruz del modesto altar callejero, que recuerda y hace tributo al joven que en ese preciso lugar lo sorprendió la muerte. Me vienen a la mente los asaltos y la violencia que se desatan a diario en este túnel que atraviesa el libramiento por debajo, difícilmente se atreven las mujeres a cruzarlo solas por la noche, a mi hija le aterra ser asaltada o agredida en ese lugar, sin embargo, es el único punto de conexión con la Loma. Mientras atraviesas el oscuro túnel se siente la vibración de los camiones que pasan por arriba y me pregunto: ¿Por qué los peatones tenemos que pasar a un segundo plano, cediéndole el espacio en nuestras ciudades a los autos? ¿cómo es que hemos llegado hasta aquí? ¿cuándo las ciudades dejaron de pertenecer a las personas? ¿en qué parte del camino nos perdimos, al diseñar las ciudades para las personas y no para los autos?
Tendríamos que pensar en cómo eran las ciudades antes del coche, cuando los peatones caminaban en las calles y aceras, junto al tranvía y las bicicletas, cuando compartían el espacio público de las vías de manera más equitativa, democrática y justa, eran ciudades desaceleradas no tan amigables con el auto. No resultaría más adecuado diseñar las ciudades para que las personas y los ciclistas circularan al nivel de calle y los autos por debajo ¿no sería más inclusiva una ciudad que destine el 85% de su espacio público a la movilidad activa, en lugar de destinarlo a los autos? Qué necedad de pensar que las ciudades están diseñadas para el 25% de la población que usa el auto, ¿por qué no vemos que genera una evidente e injusta repartición del espacio público?
Una solución que permite equilibrar esas fuerzas que configuran nuestras ciudades, sin que se entienda como una postura política anti coches, son las calles completas en donde se trata de integrar e incorporar a todos los elementos de movilidad activa y motorizada, desde niños hasta ancianos y desde bicicletas, triciclos de transporte, diablitos y toda la micromovilidad, hasta transporte público, transporte logístico o de suministro y autos particulares. Todas estas reflexiones surgen desde mi particular “visión de manubrio”, crónicas de un ciclista urbano que entiende a la bicicleta como una potente herramienta de pensamiento y una expresión de libertad.
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