LAS AZOTEAS DEL CENTRO
- Pedro Núñez González
- 29 may 2020
- 4 Min. de lectura
Catherine Ettinger.-
Recuerdo una de las primeras conferencias a las que asistí sobre el Centro Histórico de Morelia. Debe haber sido por el año de 1982 y el expositor proponía una caracterización de los diferentes tipos de ciudades novohispanas en México. Al tratar el caso de Morelia, destacó como una de sus cualidades la horizontalidad y la homogeneidad en alturas ilustrada con una fotografía de la última cuadra de la Avenida Madero Oriente antes de llegar a Villalongín, donde las cornisas de las casonas dibujaban una línea recta al tocar el cielo. Morelia, desde sus inicios, se caracterizó por ese perfil urbano y, aunque había algunos edificios de dos niveles, la gran mayoría de las casas eran de un solo piso, creando una marcada horizontalidad en paramentos que definían las calles.

Este perfil comenzó a modificarse desde el periodo porfiriano pero cambió de manera más marcada en el siglo XX con la llegada de nuevos materiales que facilitaron la construcción de segundos pisos sobre edificios históricos. Esto dio como resultado algunas calles con escalonamientos en su perfil y manzanas que parecen chimuelas. Y, claro, el tema de las alturas se volvió polémica.
Pero ha sido en las últimas dos décadas que el crecimiento vertical aumentó de manera notoria. Y, en lugar de pensar en segundos pisos, los propietarios comenzaron a utilizar las azoteas para distintos fines, generalmente con estructuras no duraderas. Sin duda es válido plantear el uso de las azoteas, ya sea para el crecimiento en una vivienda o para fines comerciales. Pero, habría que revisar con cuidado los efectos que tiene sobre el Centro Histórico como un todo, entendido como un bien patrimonial colectivo, aunque esté compuesto por propiedades privadas.
La proliferación en el uso de las azoteas en la actualidad está lastimando el Centro Histórico. Visualizo tres vertientes. En primer lugar, muchas de estas intervenciones lastiman la imagen tradicional de la ciudad. En segundo lugar, propician el cambio en los usos de suelo. En tercer lugar, amenazan la integridad de los edificios históricos.
En relación con la imagen, se observa el uso de estructuras ligeras, generalmente no solo carentes de un diseño adecuado, sino también de materiales dignos. Para lograr una muy justificada protección en colindancias, encontramos alambre de púas, malla ciclónica, muros de tabique aparente, entre otros. Hay calentadores y paneles solares acompañando los tinacos a alturas que se ven a cuadras de distancia. En algunos inmuebles la ampliación de espacios interiores (sobre todo de vivienda) se da con estructuras metálicas ligeras que aprovechan la idea de la reversibilidad para lograr su autorización, pero con una nula integración al edificio histórico. Y, desde luego, la construcción de terrazas, que por su uso, buscan sobresalir como estrategia para atraer clientela.
Los cambios en el uso de las azoteas –particularmente para albergar bares y terrazas-- en muchas ocasiones (no en todas) conlleva otra problemática. Eventos grandes como bodas que se realizan en algunos inmuebles implican congestionamiento vial además de la molestia para vecinos de música. Los bares y terrazas causan molestias similares, aunado a la presencia de personas embriagadas en las banquetas.
Por último, el tema del aprovechamiento de las azoteas tiene una estrecha relación con la seguridad: del edificio en su integridad estructural y de los usuarios que generan una carga para la cual no fueron diseñados. Este tema es sumamente delicado porque pone en riesgo no solo el patrimonio, sino también las vidas humanas.
En la reseña de este tema, sería remisa si no mencionara que hay ejemplos buenos de integraciones en azoteas, donde para la delimitación se usan elementos vegetales, donde instalaciones solares no están a la vista, o donde el crecimiento se hace con materiales adecuados y con un diseño que contribuye a la ciudad. Hay usos compatibles que fomentan la conservación de los inmuebles y que logran una buena convivencia con sus vecinos. Y hay propietarios cuidadosos con la integridad física de sus propiedades evitando exponer al patrimonio y a los usuarios de sus negocios.
No obstante los casos exitosos, urge una mayor reglamentación para el Centro Histórico que atienda el tema de las azoteas en sus tres vertientes: imagen, uso y seguridad. En lo que refiere la imagen, los criterios que solo toman en cuenta la vista de una persona de estatura promedio parado en la banqueta frente a un inmueble quedan muy cortos y vemos las consecuencias todos los días. Tenemos que pensar en las vistas de quien camina a lo largo de la calle y rodea la manzana. También será importante reconocer que no hay reglas absolutas. Hay manzanas chimuelas que se verán beneficiados por un segundo piso en el algún predio, y otras zonas de gran homogeneidad en donde una terraza lastima. En lo que refiere uso de suelo, es importante reconocer los efectos secundarios que una autorización tiene y lo grave que sería para el Centro Histórico perder su carácter multifuncional donde convive habitación con actividades comerciales, educativas y administrativas. Y, en la seguridad, es urgente asegurar dictámenes sobre las estructuras portantes de los nuevos añadidos.
Para cerrar, reconozco que el uso de las azoteas puede justificarse y aún puede ser benéfico en algunos casos, pero es urgente vigilar este uso, tanto por el bienestar de la población usuaria, como por la conservación de nuestro centro histórico en su conjunto.
Comentarios